Antes creía que hablando de ti, contando una y otra vez todas tus anécdotas, lograría entenderte.
Ahora, aunque no creo haberte entendido jamás, mi boca ya no me alcanza para repetir tu nombre.
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Estuve rogando porque se suspendieran las clases antes de tener que presentar mi proyecto para seminario de literatura mexicana: mi deseo se cumplió y mi casa se llenó de amor.
Planeamos la fiesta de la influenza. Ale y yo sólo queríamos salir corriendo a comprar comida y alcohol.
Fue una tremenda fiesta con vodka, sólo mis mejores estaban ahí. Juana, Ale, Nut, Ed, Andi. Todos muy borrachos y muy pachecos (Nut casi muere por andar atizándole). Terminamos tarde, yo ya traía el foco muy fundido.
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Cuando desperté la casa seguía llena. Nut y yo en mi cuarto, Lucy y Uge en el suyo, Pollo en la camita que le hice en el pasillo y Ale en la cama de pollo. Todavía cotorreamos toda la mañana. Nut y yo fuimos a comer al santo. Andábamos muy insolentes por las calles, entre compartiendo saliva e ignorando los cubrebocas. Después de comer fuimos a la presa, caminamos toda la tarde mientras le contaba toda mi vida. Descubrí que es un sujeto maravilloso y recordé mi plática mañanera con Pollo y Ale.
Pollo decía que todos nos convertiríamos en zombies y que él tendría que matarnos. En realidad parecía un poco asustado. Ale y yo coincidíamos en que la vida no es más que una carrera hacia la muerte y que la cercanía de ésta no debería incomodarnos. Lo único que yo creía verdaderamente cierto es que este seria un gran momento para morir, justo cuando siento que la vida ya no me debe nada.