domingo, febrero 8

Obituario

Siempre supe que mi muerte seria muy estúpida. Sin nada de clase, sin elementos interesantes, ni detalles memorables. Toda mi vida apuntaba para eso, se desarrolló de una manera tan firmemente ridícula que no dejaba lugar a dudas, su final seria la culminación de una sucesión de acontecimientos desgraciados. Sabia que poca gente se entristecería por mi deceso: mis padres, algunos buenos amigos y mi perra, sin duda.
Era una tarde de martes cuando me metí a bañar por última vez. El baño de mi casa, siempre blanco e impecable, estaba particularmente acogedor. Desde que tenia cinco años no llenamos la tina, siempre tomamos duchas rápidas para "ahorrar agua". Pero ese día el ambiente me envolvió de una manera tal que no pude resistir la tentación de tomarme un largo baño de burbujas. Todo parecía perfecto, entonces debí haber sospechado que algo andaba mal.
Abrí la llave del grifo y empecé a desvestirme empezando por los calcetines (como era mi costumbre). El agua comenzó a salir templada, un detalle extraño en aquel baño helado de la planta superior de mi casa.
En cuanto puse la punta del pie en la tina sentí una especie de calambre en toda la pierna derecha. Ya no pude sostenerme. Resbalé por el agua jabonosa y al caer golpee mi cabeza contra el borde de la tina a punto de llenarse. Mi cuerpo inconsciente -aún con vida- se sumergió entre las burbujas que formó el jabón con esencia de vainilla. El líquido incoloro de la tina se fue pintando poco a poco de rojo conforme yo comenzaba a desteñirme.
Nadie estaba en casa, nadie escuchó mi último grito que más que de miedo parecía de sorpresa.
Permanecí bajo el agua el tiempo suficiente para que mis pulmones se inundaran con ella, al igual que gran parte del piso. Mi hermano me encontró dos horas después del suceso. Debió ser un sentimiento extraño para él encontrarme encuerada, mojada y muerta. Ni por un segundo se imaginó que yo me hubiera suicidado, me conocía bastante para entender que sentía pavor cuando tenia que terminar con algo (como mis relaciones sentimentales, por mal ejemplo).
Tal como lo pensé, madre y padre quedaron destrozados después de mi muerte. Miranda dejó de comer por dos días completos y se empeñó en quedarse al pie de mi ataúd. Mi hermano se volvió adicto al valium. Mis amigos nunca dejaron de llevar flores a mi tumba. Pero algo me extraño: la misma noche de mi muerte, después de terminar la llamada que te avisaba del fatal suceso tú rompiste en un llanto eterno e inconsolable. Y desee más que nunca estar viva sólo para consolarte.

9 comentarios:

TOMADOR ASIDUO dijo...

Yeap, me agrado me agrado, dudo k alguien resienta tanto como los perros, pero siempre ai dudas de eso.

Kitsune dijo...

Buen texto!
:)

Mafufa dijo...

Rete buenón el texto...

Ojala y cuando uno muera pueda estar ahí para consolar a las personas que quiere... Buena idea!

SALUDOS!

Blas Barajas, escritor dijo...

Lo único que lamento de mi funeral es que no podré ser yo quien cante.

Felicia dijo...

bueno, bueno.. y gracias por pasar a darte una vuelta por el mio.
Saludos desde Chilangolandia

Unknown dijo...

que lloro, si ves que me ando tristona y con esto es un gancho directo a paro cárdiaco...

D dijo...

No se ande inventado destinos tanatologicos tan pronto, aun cuando sea solo por ejercicio literario.

:(

Mariposa Amarilla dijo...

Hola!

Que buen relato! Nunca he pensado en como podría ser mi muerte, pero si he imaginado cientos de veces que me podría suceder algo igual a lo que escribiste. Desde que vivo aquí en el UK nunca me he encontrado con una casa sin tina. Una vez me he resbalado y una me he caido. Me asusté tanto, solo de pensar que el golpe pudo haber sido en la cabeza y no en la cadera y parte de la espalda y rodilla...
Afortunadamente no pasó de un golpe...

Así que todos los días, pienso en que me puedo caer... que molesta sensasión.

Un saludo y que chido que visitaste mi blog!

Mariposa Amarilla dijo...

Hola!